sábado, 22 de abril de 2017

Violencia de Género y Psicoanálisis

“Entre el amor y el odio…la repetición de nuestra historia”
(Rasgos del hombre agresor, maltrato y psicoanálisis)

1.       Rasgos del hombre agresor para prevenir la Violencia de Género:
El conocimiento de los rasgos en  hombres agresores puede ser una herramienta eficaz en nuestros días aplicado a la población general. El impacto que esto nos provoca puede ser en un primer momento chocante y levantar debate.
Estamos de acuerdo en que no hay un perfil único ni unos rasgos específicos, dependerán de multitud de variables personales, familiares y sociales. No es igual un maltrato en España, en Latinoamérica o en Países del Este. Sin embargo, si pueden definirse unas variables comunes comprobados en diversos  estudios de hombres agresores. (Barnett, Martínez & Bluestein, 1995; Holtzworth-Munroe & Anglin, 1991; Holtzworth-Munroe & Hutchinson, 1993), (Edin, Lalos, Hogberg & Dahlgren, 2008).
En estos estudios ciertos rasgos han sido visibles en mayor o menor medida, por ello, podemos definir una serie de características:
-Repetición en la dinámica de violencia
-Violencia familiar en la infancia
-Ausencia de Ley; Entendida como la incoherencia con la que el infante se encuentra ante ciertas dinámicas familiares. Quedan difusos; los límites, la posición que ocupa en la familia, la diferenciación entre lo bueno y lo malo, autoridad y respeto a las normas…
-Baja autoestima (infravaloración, autoreconocimiento deficitario)
-Percepción de la mujer como objeto: No tener en cuenta las necesidades de ella. A no ser que sean las mismas que él tiene.
-Control sobre la dinámica de la pareja: Especialmente en la toma de decisiones y el control económico.
-Distorsiones de la realidad:
                        -Pensamiento dicotómico: “o me odia o me ama”, “está conmigo o contra mi”,
-Interpretación errónea de la realidad (celos patológicos); “últimamente se arregla mucho, empiezo a sospechar que tiene una aventura”, “no me coge el teléfono porque está con otro hombre”, “piensa mal y acertarás”.
-Interpretación sobregeneralizada: “me engañaron una vez, no te puedes fiar de nadie”, “todas las mujeres son malas”.

-No asunción de responsabilidad;
-Justificaciones irracionales de su comportamiento “ella sabe cómo provocarme”, “le gusta ponerme nervioso”, “está loca”.
-Negación y minimización de su comportamiento violento “no fue para tanto”, “siempre exagerar”, “no le hice nada”.
-Sentimiento de víctima y trato injusto “yo no me merezco esto”, “actué en defensa propia”, “ella es la que me agrede”.
-Atribuciones externas; “no fui yo, fue el alcohol”, “tuve un mal día en el trabajo”, “no entiende por lo que estoy pasando”.
-Tendencia al narcisismo muy acentuado: Debido a la atención puesta en uno mismo hay una mayor tendencia a no sentirse culpables o personalmente responsables de su comportamiento violento. Baja empatía. Percibir a demás como amenaza de la imagen de sí mismos. Autoengrandecimiento, especialmente en contextos no emocionales (laboral, estudiantil). Considerarse personas justas y virtuosas.
-Impulsividad: dificultades para identificar sus emociones y ponerles límites. Normalmente la impulsividad se da ante la dificultad de tolerar la frustración.
-Hostilidad hacia las mujeres; No por ser mujeres, sino por ser diferentes. Estos hombres no suelen aceptar la diferencia, o estas de acuerdo con ellos o contra ellos. Un discurso propio en la mujer ante ellos es; “Con él no se puede hablar”, “da igual lo que le digas que no entra en razones”.
-Percibir la relación amorosa como juegos de poder: La igualdad está mal entendida. Hago porque me hace. Se termina escalando en una cuesta de “a ver quien puede más”.
-Dependencia al alcohol y otras sustancias
-Socialmente deseables: Sesgos de respuesta motivados por el manejo de impresiones. A veces se manipula conscientemente el discurso para dar una imagen socialmente deseable. Como si de alguna forma se quisiera ocultar la conducta violenta.
-Autoengaño: Por otro lado, el autoengaño, en la que el individuo realmente llega a creerse su versión de los hechos
-Dificultades para integrar la ambivalencia entre defectos y virtudes (escisión). Las relaciones amorosas se estructuran con amor y odio. Debe haber diferencias para poder amar. El problema sobreviene cuando integrar esa ambivalencia no se puede soportar. Pueden ocurrir dos cosas, el abandono de la relación o “pegarme” a ella.
Estos rasgos pueden encontrarse también en algunas mujeres víctimas de violencia. En los grupos con los que trabajamos, las mujeres son agresoras desde el punto de vista legal. No obstante, al profundizar en su historia vemos que han sobrevivido a multitud de cruentas situaciones con sus parejas. Como ya explica Freud en “Más allá del principio del placer”, la violencia que se ha sufrido de forma pasiva, se realizará más tarde de forma activa. Vemos que ellas agreden de formas diferentes al hombre, y en excepcionales ocasiones de forma física; por defensa propia, miedo, rabia o porque la situación se torna insoportable.
En ambos sexos suele existir una infancia de “incierta” figura paterna. Para ellas, esta figura suele consistir en un modelo que no previene de romper con relaciones patológicas, soportando el maltrato durante varios años. Para ellos, modelos donde se transmite la idea de trato desigual hacia las mujeres; comentarios, ideas, actos del padre hacia la madre. Podemos decir que ambos son víctimas de su propia historia, conviene escucharlas y proporcionar otros modelos de relación.
No todas ni todos acuden a terapia por diversas causas. Ellos, por la dificultad de asumir la responsabilidad, mayoritariamente, y ellas, por miedo, vergüenza, idea de no “romper” la familia…entre otras. Por ello, dar a conocer algunos rasgos puede resultar práctico y previsor. Ellas suelen recordar situaciones pasadas suscitando ciertas emociones. Reelaboran dichos recuerdos y evitar caer en situaciones similares. Ellos, pueden identificarse y dar pié a pensarse.

2.       ¿Qué ocurre en las relaciones de pareja gobernadas por violencia?
Comencemos afirmando que no hay azar en la elección de pareja, se encuentran movidas por elecciones inconscientes. Desde la escucha clínica se encuentran casos de mujeres y hombres reincidentes en este tipo de relaciones, misma vinculación y misma resolución de conflicto. Es común escuchar en la clínica frases del tipo “siempre me pasa lo mismo”, “otro fracaso más”, “no se que ocurre que siempre atraigo lo peor”. La repetición suele ser motivo de consulta. Podemos plantearnos ¿qué ocurrió en la historia del sujeto?
Los conflictos intrapsíquicos de cada miembro toman como escenario la pareja, donde interactúan.
Depararé especialmente en la repetición de “Colusión” o ”juego entre dos”, (este concepto fue ya definido por Henry Dicks en 1967). Se trata del acuerdo inconsciente que la pareja realiza. Cada componente de la pareja desarrolla una parte de su personalidad necesaria para el otro, y renuncia a otras que proyecta en el otro. Esto se hace muy visible en terapia cuando una de las partes muestra sus quejas “yo siempre le estoy ayudando en todo, él nunca lo hace”, “yo siempre me encargo de todo, pero él nunca valora nada de esto”, “le admiro pero yo no me siento valorada por él”. La alternancia de esos papeles, de esa colusión, marca la salud en la pareja. Si la colusión es rígida y nada flexible, viene la patología, la desigual y la violencia. Conocer la colusión en cada caso, deja ver las repeticiones que el sujeto lleva a cabo y desembocan en fracaso. Uno de los objetivos terapéuticos, ver que vínculo inconsciente forman entre A y B. Ver el “Objeto dominante interno” (Teruel, 1970).
Otro elemento de repetición que vemos en terapia, es el tipo de vínculo o apego que se establece. El no haber incorporado figuras de apego suficientemente cálidas en la familia de origen influye, inevitablemente, en la forma de relacionarse en la vida adulta. Me permitiré ilustrar esto con un caso clínico llevado a cabo:
G., varón, entrando en la cuarentena, padre de dos hijas, separado y denunciado por su ex pareja por agresiones. Es juzgado por violencia de género y se encuentra en un programa psicoeducativo para agresores en suspensión de condena.
G. desde un primer momento se encontraba en una postura negativista de los hechos probados y siempre acusaba que su ex pareja “exageraba absolutamente todo”. En varias sesiones comienza hablar de sus hijas y del rechazo que sienten recíprocamente, él hacia ellas y ellas hacia él. El motivo considerado por él es la influencia de la madre sobre ellas. Durante las sesiones se hace sistemático la imposibilidad de G. para hablar tanto de su familia de origen como creada. Al hablar de alguna de ellas, G. manifestaba una tos seca y repetitiva imposibilitándole hablar. Se utilizó un desplazamiento de su atención, ofreciendo soluciones a esa tos con caramelos que se mantuvieron durante todas las sesiones. Poco a poco G. comienza hablar de su familia de origen y recuerda en varios puntos de su discurso “mi hermano siempre era el favorito, el mejor”. Él se percibía como “borrado” de la cabeza de sus padres. Al igual que se consideraba “borrado” de la cabeza de sus hijas. Por supuesto, él compensaba esa falta asumiendo su buena labor y éxito en otro tipo de tareas alejadas de lo emocional, especialmente laborales y estudiantiles.
En los primeros momentos de vínculo que el bebé realiza con su primer objeto de deseo, la madre, es una prolongación de si mismo. El bebé sólo sabe que llora movido por la pulsión y consigue su descarga a través del otro. Tan sólo tiene percepción del otro como objeto. Será más adelante, a los 8-9 meses, cuando reconozca al otro como sujeto, no como objeto que cubre sus necesidades sino como sujeto con necesidades propias. (“Introducción al Narcisismo”, Freud, 1914). Esta escena, de dependencia absoluta del bebe por su madre, reaparece de nuevo cuando el adulto hace fijación por una mujer. Repite esa misma fase de narcisismo primario y “objeto transformacional” (madre como objeto que transforma la realidad interna  y externa del bebé, Christopher Bollas, 1991).
En el hombre agresor predomina la percepción del otro como objeto abastecedor de sus necesidades y por tanto inseparable de su identidad. La pérdida de este objeto sería una herida narcisista insoportable.
Véase ejemplo; J. un hombre en suspensión de condena por violencia de género: “Me uní a ella porque para mí fue el apoyo más grande que tuve tras la muerte de mi madre”, “ella apareció en el momento que más la necesitaba”. J. y su pareja se conocieron unos años antes de fallecer la madre de J., pero paralelamente a la muerte nace la relación de ambos. Durante las sesiones J. terminará asociando por sí mismo el desplazamiento que realizó de su madre a su pareja. Los motivos subjetivos por los que J. estaba tan unido, pese al fracaso de la relación, hacia que no soportara la separación con ella. Muchas conductas adultas son guiadas por la búsqueda incesante de ser “transformados” por el otro y completar su identidad. Podría considerarse, una búsqueda con tintes maníacos.
Según Winnicott muchas patologías proceden del fracaso en la “desilusión” y ruptura de ese vínculo materno.
En los casos más patológicos, el otro (la mujer) es como un “todopoderoso” al que puede amar y despreciar, pero nunca prescindir. Estos hombres no pudieron reducir el poder de la madre sobre ellos. No se separaron, ni sufrieron la angustia y frustración que supone, no fueron capaces de nombrar y reconocer al otro. Solo se nombra a aquello que se pierde. La ruptura se hace insoportable y aparece la dependencia. Una dependencia que el varón no podrá aceptar porque pone en duda su “virilidad” y echará la culpa a la mujer de todo. Al no soportar esa angustia de separación se emplea la violencia para “pegarse” y “controlar” más al objeto. Frases del tipo “no hay que darlas demasiada libertad”, “sabe que no me gusta que ande por ahí sola”…
En los malos tratos no se reconoce a la mujer por tanto no es necesario el lenguaje. Sólo se la domina. El varón la considera dentro de él y no fuera. Dentro de él porque tiene una relación narcisista, no construye una identidad propia, ni él se mira como sujeto, necesita del otro para constituirse como tal.

Ante la imposibilidad de dominar por completo a su objeto, conlleva la frustración constante de él. Es imposible “abastecerle” como él desea. De ahí algunos pensamientos y razonamientos irracionales, en los que el varón se irrita sin motivo aparente. (En algunas terapias, desde el modelo cognitivo-conductual se utiliza la teoría de Ellis y la detección de “pensamientos calientes”, como medio para identificar esas distorsiones cognitivas).

Es importante señalar que por ambas fases pasamos todos y todas. Pero de forma menos acusada se da la angustia de separación en el varón agresor.
Me permitiré un inciso acerca de la demora: Las nuevas tecnologías de nuestro tiempo, reducen totalmente la demora. El wasap, y otras redes sociales suponen mensajes inmediatos evitando la frustración de la espera. Además, se cuenta con un “doble click” que informan de si la otra persona recibió y leyó nuestro mensaje, esto puede aumentan la sensación de control y alimentar distorsiones de la realidad; “si no me contesta es que pasa de mí”, “está en línea y no me contesta, está hablando con otro”. Esto nos hace cuestionar si las nuevas tecnologías suponen un caldo de cultivo para aumentar la violencia de género.
Tras la niñez, llega la adolescencia y se reactiva las primitivas formas de elección de objeto que guiarán el enamoramiento, también las formas afectivas y la triangulación derivado del complejo de Edipo. Al enamorarse se proyecta en el otro todas las idealizaciones que de los cuidadores infantiles tuvimos, (Ideal de Yo). A la vez, nuestro narcisismo se verá dañado ya que tomamos conciencia de que somos dependientes del otro para sentirnos completos. Se mezcla así dos sentimientos el amor y el odio que habrá de integrarse. El enamoramiento no dura toda la vida, llegará la desidealización. La relación seguirá si se integran los defectos y virtudes del otro, o se romperá.
En la violencia de género esta ambivalencia emocional no se da de la misma manera. El hombre agresor ha generado un falso self identificado con las aptitudes machistas y teme la feminización, por tanto, se aleja de ella trepitosamente. Anulados quedan en él; el diálogo, el cariño, la empatía o el cuidado. Digamos que estas dos facetas son irreconciliables, se escinden. El hombre agresor toma una u otra opción pero no puede integrarlas, “o te odio o te amo”. Con otros hombres yen relaciones laborales tendrá una apariencia sociable, agradable, pero siempre dependiente de su objeto de deseo que, ocupará la mujer. Esa dependencia no es reconocida por él pero si la muestra camuflándola de violencia siguiendo el modelo machista, asegurándose así su virilidad. Esta escisión y la represión de la dependencia dará lugar a un rasgo muy significativo en estos señores: la Inseguridad.
Un hombre agresor no encontrará en su pareja un “ideal de yo” como ocurre en otras relaciones. No la querrá por lo que ella es, sino porque despierta en él unas memorias primitivas en las que su madre era objeto que transformaba su realidad. Si esa memoria se despierta ante una mujer la fijación por ella será fanática. La mujer pasará a ser la prótesis que él necesita y transformar su realidad. Para ello él la irá convirtiendo en objeto privándola de su capacidad de pensar y subjetividad. Aquí aparecerían todas las estrategias de control, que los agresores generalmente utilizan con sus parejas; aislamiento, control de la economía, de la vida íntima, el contacto con familiares y amigos…Todo ello justificado con las ideas machistas del tipo “al marido hay que tenerle respeto”, “debe obedecerme”, “para que quiere salir si aquí lo tiene todo”, “no puede quejarse”…
Desde el psicoanálisis no se habla de “víctimas” y “culpables”, si admitimos esto no se podrá reflexionar en el origen del problema. Al inocente se la incapacita de su poder de decidir y ser responsable de sus elecciones y al culpable se le culpa pero no se le responsabiliza, por tanto, se le niega, se le aparta y no se reinserta. Ambas partes resultan ser responsables del maltrato, tanto unas como otros, participan en todo aquello que les perjudica de alguna manera. Al estilo Freudiano podría preguntarse “¿Qué tiene que ver usted con aquello de lo que se queja?”. Esta posición subjetiva es imprescindible movilizarla, ya sea de víctima o culpable. De lo contrario se repite una y otra vez en las formas de relacionarse y vincularse.  ¿Qué significa para cada uno de ellos ser un hombre?, ¿Qué lugar otorgan a la mujer?
En terapia con agresores, algunos adoptaron una posición de víctima y razonaban muchas veces de la siguiente manera: “claro, cómo ella me engañó no podré fiarme fácilmente de otras mujeres, es normal mi desconfianza”, “ya pasé por lo mismo una vez y si te digo que sospecho que está con otro es por algo”, “la amistad no existe todos te dejan tirados”. Muchas de estas posiciones impedían que se responsabilizaran de sus propias vidas, quedando “a merced” del resto. Además estas posturas desencadenaban otro tipo de resultados como los celos patológicos. Ver “señales” basadas en lo que ya vivieron, el recuerdo traumático y su defensa y anticipación ante ello; la violencia. A veces, lo que se repite, no es el acto sino la posición adoptada; como se ubica ante la mirada del otro, ante la realidad. Desde la clínica se hace necesario ayudar a darse cuenta para poder tener en cuenta.

1.       La violencia no es sólo el problema sino además el síntoma
Uno de los motivos por el que “casualmente” aumentan las mujeres muertas por la Violencia de Género puede encontrarse por varios caminos. La mujer cuenta en nuestros días con mayores recursos, conocimiento y acceso al “despertar” de su situación. Siendo esto promocionado en los Medios de Comunicación. El varón agresor, es consciente de estas alternativas de salida y hace tambalear su postura de control. Señales que vive como amenazadoras sobre la pérdida de su objeto de deseo. Él aumentará sobre ella las medidas de control y agresividad, lo cual, desemboca, en muchos casos, en el asesinato y homicidio de la mujer o sus hijos.
¿Efecto llamada?:
Es de vital importancia hacer uso responsable de los medios de comunicación. Cada vez parece más claro que vemos “normal” y “esperable” la muerte de la mujer a manos del hombre con el que convive, quedando éste como una especie de “Héroe”  alzando su narcisismo. Puede producirse un “efecto llamada” que despierta ideas y posible imitación de otros hombres con sus mujeres. Desde la educación muchas iniciativas sobre modos de relacionarse entre los adolescentes, se están haciendo y parecen resultar muy buena iniciativa. De igual modo podría realizarse en los medios de comunicación y cortar otras “llamadas” indeseadas.
¿Con qué pueden identificarse otros varones?
En la noticia, no se habla del varón agresor, de lo que pudo haber hecho previamente, de sus antecedentes, de la gravedad de sus actos no reprimidos y de su posible patología mental o psicológica. Tampoco se detallan penas o consecuencias legales, es más, no volvemos a saber del caso que en algún momento del día vimos, por ello, la imagen que se deja patente es la “normalidad” de la situación y del perfil del agresor con total impunidad, sin ninguna sanción social, civil ni penal. Estas noticias no se acompañan de la información sobre la agresividad y el potencial peligro que este varón puede tener o no con otras personas. Con noticias así no hay otras variables con la que el resto de varones se identifique y piensen si quizá ellos también generan violencia. Si no hay asesinato parece que otros tipos de violencia son inexistentes ya que están a “años luz” de lo que se ve en las noticias. La realidad es que muy probablemente otros tipos de violencia hayan sido previos al desenlace final del asesinato de estas mujeres, pero no suelen transmitirse en medios de comunicación.
¿Dónde queda la responsabilidad del varón?
Parece que la implicación del varón en la violencia es ocultada, camuflada y disfrazada de buena voluntad, de desesperación, neutralidad o de multitud de justificaciones que esconden la verdad; responsabilidad del delito. Precisamente la responsabilidad es el punto clave en la terapia con agresores, sin esta aceptación no hay posibilidad ni garantía de que el agresor no vuelva agredir a otras mujeres. Y no es casual, que en todo tipo de medios, nunca se habla de la responsabilidad del varón, ni de sus antecedentes, ni de ningún rasgo que pueda hacer identificar a otros varones y hacer pensar.
Sin embargo, hay algo común en todos los casos; la existencia de la mujer. Este dato inevitable hace que en el inconsciente de la sociedad parezca que el motivo es la mujer. Prueba de ello son ciertos comentarios que ya no suenan “típicos”; “algo habrán hecho”, “las mujeres como sigáis así vais acabar mal”, “¿qué hacía con ese hombre?”…
La responsabilidad y la imagen del varón queda velada, y totalmente salvada, e incluso venerada por algunos hombres. Lanzo la pregunta ¿Qué ocurriría si en las campañas de igualdad se comenzaran a conocer estos rasgos propios del agresor?.  Quizá se identifiquen muchos varones y se cuestionen. Utilizar los medios de comunicación para este fin es una vía posible para trabajar con el varón, sin utilizar la patología, ni las etiquetas, ni los prejuicios, sólo transmitir la consciencia y responsabilidad que ellos deben tomar de sus actos. Ej: Viñetas en campañas de igualdad; celos en él.
¿Aumenta la crisis masculina?
Las nuevas medidas de protección a la mujer hacen tambalear el poder patriarcal y machista que ha investido la figura del varón. No es de extrañar que la masculinidad entre en crisis y potencie esa agresividad contra sus parejas. Es por ello, que debemos estar muy preparados/as al asumir medidas de protección, y que éstas deben ser muy bien pensadas antes de lanzarlas y aplicarlas sin más, anticipando las reacciones violentas y repercusiones sociales que conlleva. Proteger integralmente a la mujer.
No quiero decir en ningún momento que no deban cambiarse o lanzarse nuevas leyes de protección a la mujer o cualquier tipo de iniciativa pro igualdad, sino que en ellas deben tenerse muy en cuenta a ambos géneros. Uno para ser protegido y otro para ser prevenido. Una de las consecuencias de trabajar unilateralmente es precisamente no tener en cuenta las posibles consecuencias en las reacciones del varón. Es como si en una fábrica de textiles, se fabrican Jerséis de lana pero descuido a los animales que me proporcionan dicha materia prima. Si no cuido y me preocupo por el trato de ambas partes una de ellas puede quedar perjudicadas y la fábrica quebrada.
En ningún momento es intención aquí tratar de malos y buenos, tan sólo tener en cuenta la parte masculina en el problema de la Violencia de Género, fundamental en el camino a la igualdad y la protección integral de la mujer. De lo contrario, es posible que el hombre siga aumentando en su crisis masculina utilizando las viejas estrategias y retornando con más virulencia al marco que lo socializó desde el origen. Pudiéndose volver más machista y aniquilador por la angustia que le produce no poder simbolizar un nuevo modelo masculino. Un nuevo rol libre de ideas patriarcales que le haga acercarse sin temores a la parte femenina.


¿Retorno al pasado como protección masculina?
Desde el psicoanálisis hemos hablado como pieza fundamental del síntoma “la repetición”. El “retorno” incesante a lo vivido. El hombre repite y retorna a las viejas y primitivas tradiciones patriarcales cada vez con más fuerza y virulencia hasta convertirse en una auténtica caza de brujas. Véase el ejemplo de los terroríficos sucesos de Colonia (Alemania) el 31 de Diciembre de 2015, donde un grupo de varones concretaron en espacio y tiempo una reunión organizada, como lobos en manada, dispuestos a cazar y gozar del sufrimiento de las mujeres a las que atacaron y acorralaron. Multitud de agresiones sexuales, robos, abusos y por ende la ansiedad y tensión latente tras el sucesos. Tal fue la magnitud de este hecho que ni la propia policía pudo hacerse con la situación, ni tan siquiera imaginarla. Esto podría interpretarse como una llamada reactiva ante el aparente “empoderamiento” femenino.
¿Cuestión de empoderamiento o igualdad de la diferencia?
Del “empoderamiento femenino” últimamente se habla mucho, pero quizá no sabemos tanto. Si nos preguntamos que es empoderamiento femenino, probablemente cada uno tengamos una idea diferente, no hay una definición común. Desde el punto de vista de la intervención psicológica, da la sensación de que se revictimiza a la mujer, y esto la aleja de tomar las riendas de su vida y sus decisiones. La situación y circunstancia de cada mujer es diferente, y se debe tener en cuenta para evitar aumentar el riesgo. Ej: no es igual el proceso personal que hace una mujer musulmana para salir de una situación de violencia de género, del que hace una mujer española, escandinava o latina. No es igual el proceso que hace una mujer en una posición socio-laboral alta de una mujer con menos recursos. No son iguales los pasos que da una mujer que cuenta con recursos personales y familiares, que los que da una mujer sin dichos apoyos.
Parece como si no se quisiera ver que efectivamente somos diferentes, pero una diferencia que debe ser igual en trato, derechos y dignidad. Negar la situación actual de la mujer y seguir prefiriendo empezar la casa por el tejado. Se dejan de lado herramientas y estrategias proporcionadas por el estudio, la escucha y la observación real, clínica y social. Se borra la postura masculina considerando la violencia de género un problema de mujeres. Se sigue insistiendo en estrategias que parecen no funcionar muy bien, y siguen aumentando el número de muertas.
Si no se involucra activamente al hombre en todo esto, llegaremos a muchas partes pero no a la igualdad de la diferencia. No hay mejor herramienta que cambiar un sistema con sus propias estrategias. En definitiva, la violencia es el problema pero también el síntoma de que algo está fallando.







Bibliografía consultada
- Dicks, H.V. (1967), Tensiones matrimoniales, Buenos Aires, Hormé, 1973.
-Freud, Sigmund: Introducción al narcisismo en: Obras Completas, Vol. XIV, Amorrotu, B. Aires, 9ª Edición, 1996.
-López Mondejar, L. (2001), Una patología del vínculo amoroso: el maltrato a la mujer. Revista Asociación Española de Neuropsiquiatría, Vol XXI, (Nº 77), pp. 7-26.
- Teruel, G. (1970), “Nuevas tendencias en el diagnóstico y tratamiento del conflicto matrimonial”, en I. Berenstein et al., Psicoterapia de pareja y grupo familiar con orientación psicoanalítica, pp. 183-215, Buenos Aires, Galerna.
-Winnicott, D. W. (1987a) Los bebés y sus madres (ed. C. Winnicott, R. Shepherd y M. Davis), Barcelona: Paidos, 1998.

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