“Entre el amor y
el odio…la repetición de nuestra historia”
(Rasgos del hombre agresor, maltrato y
psicoanálisis)
1.
Rasgos
del hombre agresor para prevenir la Violencia de Género:
El conocimiento de los rasgos en hombres agresores puede ser una herramienta
eficaz en nuestros días aplicado a la población general. El impacto que esto
nos provoca puede ser en un primer momento chocante y levantar debate.
Estamos de acuerdo en que no hay un perfil único ni unos
rasgos específicos, dependerán de multitud de variables personales, familiares
y sociales. No es igual un maltrato en España, en Latinoamérica o en Países del
Este. Sin embargo, si pueden definirse unas variables comunes comprobados en
diversos estudios de hombres agresores. (Barnett, Martínez &
Bluestein, 1995; Holtzworth-Munroe & Anglin, 1991; Holtzworth-Munroe &
Hutchinson, 1993), (Edin, Lalos, Hogberg & Dahlgren, 2008).
En estos estudios ciertos rasgos han sido visibles en mayor
o menor medida, por ello, podemos definir una serie de características:
-Repetición en la dinámica de violencia
-Violencia familiar en la infancia
-Ausencia de Ley; Entendida como la incoherencia con la que
el infante se encuentra ante ciertas dinámicas familiares. Quedan difusos; los
límites, la posición que ocupa en la familia, la diferenciación entre lo bueno
y lo malo, autoridad y respeto a las normas…
-Baja autoestima (infravaloración, autoreconocimiento
deficitario)
-Percepción de la mujer como objeto: No tener en cuenta las
necesidades de ella. A no ser que sean las mismas que él tiene.
-Control sobre la dinámica de la pareja: Especialmente en la
toma de decisiones y el control económico.
-Distorsiones de la realidad:
-Pensamiento
dicotómico: “o me odia o me ama”, “está conmigo o contra mi”,
-Interpretación errónea de la
realidad (celos patológicos); “últimamente se arregla mucho, empiezo a
sospechar que tiene una aventura”, “no me coge el teléfono porque está con otro
hombre”, “piensa mal y acertarás”.
-Interpretación
sobregeneralizada: “me engañaron una vez, no te puedes fiar de nadie”, “todas
las mujeres son malas”.
-No asunción de responsabilidad;
-Justificaciones irracionales de
su comportamiento “ella sabe cómo provocarme”, “le gusta ponerme nervioso”,
“está loca”.
-Negación y minimización de su
comportamiento violento “no fue para tanto”, “siempre exagerar”, “no le hice
nada”.
-Sentimiento de víctima y trato
injusto “yo no me merezco esto”, “actué en defensa propia”, “ella es la que me
agrede”.
-Atribuciones externas; “no fui
yo, fue el alcohol”, “tuve un mal día en el trabajo”, “no entiende por lo que
estoy pasando”.
-Tendencia al narcisismo muy
acentuado: Debido a la atención puesta en uno mismo hay una mayor tendencia a
no sentirse culpables o personalmente responsables de su comportamiento
violento. Baja empatía. Percibir a demás como amenaza de la imagen de sí
mismos. Autoengrandecimiento, especialmente en contextos no emocionales
(laboral, estudiantil). Considerarse personas justas y virtuosas.
-Impulsividad: dificultades para identificar sus emociones y
ponerles límites. Normalmente la impulsividad se da ante la dificultad de
tolerar la frustración.
-Hostilidad hacia las mujeres; No por ser mujeres, sino por
ser diferentes. Estos hombres no suelen aceptar la diferencia, o estas de
acuerdo con ellos o contra ellos. Un discurso propio en la mujer ante ellos es;
“Con él no se puede hablar”, “da igual lo que le digas que no entra en
razones”.
-Percibir la relación amorosa como juegos de poder: La
igualdad está mal entendida. Hago porque me hace. Se termina escalando en una
cuesta de “a ver quien puede más”.
-Dependencia al alcohol y otras sustancias
-Socialmente deseables: Sesgos de respuesta motivados por el manejo de
impresiones. A veces se manipula conscientemente el discurso para dar una
imagen socialmente deseable. Como si de alguna forma se quisiera ocultar la
conducta violenta.
-Autoengaño: Por otro lado, el autoengaño, en la que el individuo realmente
llega a creerse su versión de los hechos
-Dificultades para integrar la ambivalencia entre
defectos y virtudes (escisión). Las relaciones amorosas se estructuran con
amor y odio. Debe haber diferencias para poder amar. El problema sobreviene
cuando integrar esa ambivalencia no se puede soportar. Pueden ocurrir dos
cosas, el abandono de la relación o “pegarme” a ella.
Estos rasgos pueden encontrarse también en algunas mujeres
víctimas de violencia. En los grupos con los que trabajamos, las mujeres son
agresoras desde el punto de vista legal. No obstante, al profundizar en su
historia vemos que han sobrevivido a multitud de cruentas situaciones con sus
parejas. Como ya explica Freud en “Más allá del principio del placer”, la
violencia que se ha sufrido de forma pasiva, se realizará más tarde de forma
activa. Vemos que ellas agreden de formas diferentes al hombre, y en
excepcionales ocasiones de forma física; por defensa propia, miedo, rabia o
porque la situación se torna insoportable.
En ambos sexos suele existir una infancia de “incierta”
figura paterna. Para ellas, esta figura suele consistir en un modelo que no
previene de romper con relaciones patológicas, soportando el maltrato durante
varios años. Para ellos, modelos donde se transmite la idea de trato desigual
hacia las mujeres; comentarios, ideas, actos del padre hacia la madre. Podemos
decir que ambos son víctimas de su propia historia, conviene escucharlas y
proporcionar otros modelos de relación.
No todas ni todos acuden a terapia por diversas causas.
Ellos, por la dificultad de asumir la responsabilidad, mayoritariamente, y
ellas, por miedo, vergüenza, idea de no “romper” la familia…entre otras. Por
ello, dar a conocer algunos rasgos puede resultar práctico y previsor. Ellas
suelen recordar situaciones pasadas suscitando ciertas emociones. Reelaboran
dichos recuerdos y evitar caer en situaciones similares. Ellos, pueden
identificarse y dar pié a pensarse.
2. ¿Qué ocurre en las relaciones de pareja gobernadas por violencia?
Comencemos
afirmando que no hay azar en la elección de pareja, se encuentran movidas por
elecciones inconscientes. Desde la escucha clínica se encuentran casos de
mujeres y hombres reincidentes en este tipo de relaciones, misma vinculación y
misma resolución de conflicto. Es común escuchar en la clínica frases del tipo
“siempre me pasa lo mismo”, “otro fracaso más”, “no se que ocurre que siempre
atraigo lo peor”. La repetición suele ser motivo de consulta. Podemos
plantearnos ¿qué ocurrió en la historia del sujeto?
Los
conflictos intrapsíquicos de cada miembro toman como escenario la pareja, donde
interactúan.
Depararé
especialmente en la repetición de “Colusión”
o ”juego entre dos”, (este concepto fue ya definido por Henry Dicks en 1967).
Se trata del acuerdo inconsciente que la pareja realiza. Cada componente de la
pareja desarrolla una parte de su personalidad necesaria para el otro, y
renuncia a otras que proyecta en el otro. Esto se hace muy visible en terapia
cuando una de las partes muestra sus quejas “yo siempre le estoy ayudando en
todo, él nunca lo hace”, “yo siempre me encargo de todo, pero él nunca valora
nada de esto”, “le admiro pero yo no me siento valorada por él”. La alternancia
de esos papeles, de esa colusión,
marca la salud en la pareja. Si la
colusión es rígida y nada flexible, viene la patología, la desigual y la
violencia. Conocer la colusión en
cada caso, deja ver las repeticiones que el sujeto lleva a cabo y desembocan en
fracaso. Uno de los objetivos terapéuticos, ver que vínculo inconsciente forman
entre A y B. Ver el “Objeto dominante interno” (Teruel, 1970).
Otro
elemento de repetición que vemos en terapia, es el tipo de vínculo o apego que
se establece. El no haber incorporado figuras de apego suficientemente cálidas
en la familia de origen influye, inevitablemente, en la forma de relacionarse
en la vida adulta. Me permitiré ilustrar esto con un caso clínico llevado a
cabo:
G.,
varón, entrando en la cuarentena, padre de dos hijas, separado y denunciado por
su ex pareja por agresiones. Es juzgado por violencia de género y se encuentra
en un programa psicoeducativo para agresores en suspensión de condena.
G.
desde un primer momento se encontraba en una postura negativista de los hechos
probados y siempre acusaba que su ex pareja “exageraba absolutamente todo”. En
varias sesiones comienza hablar de sus hijas y del rechazo que sienten
recíprocamente, él hacia ellas y ellas hacia él. El motivo considerado por él
es la influencia de la madre sobre ellas. Durante las sesiones se hace
sistemático la imposibilidad de G. para hablar tanto de su familia de origen
como creada. Al hablar de alguna de ellas, G. manifestaba una tos seca y
repetitiva imposibilitándole hablar. Se utilizó un desplazamiento de su
atención, ofreciendo soluciones a esa tos con caramelos que se mantuvieron durante
todas las sesiones. Poco a poco G. comienza hablar de su familia de origen y
recuerda en varios puntos de su discurso “mi hermano siempre era el favorito,
el mejor”. Él se percibía como “borrado” de la cabeza de sus padres. Al igual
que se consideraba “borrado” de la cabeza de sus hijas. Por supuesto, él
compensaba esa falta asumiendo su buena labor y éxito en otro tipo de tareas
alejadas de lo emocional, especialmente laborales y estudiantiles.
En los
primeros momentos de vínculo que el bebé realiza con su primer objeto de deseo,
la madre, es una prolongación de si mismo. El bebé sólo sabe que llora movido
por la pulsión y consigue su descarga a través del otro. Tan sólo tiene
percepción del otro como objeto. Será más adelante, a los 8-9 meses, cuando reconozca
al otro como sujeto, no como objeto que cubre sus necesidades sino como sujeto
con necesidades propias. (“Introducción al Narcisismo”, Freud, 1914). Esta
escena, de dependencia absoluta del bebe por su madre, reaparece de nuevo
cuando el adulto hace fijación por una mujer. Repite esa misma fase de
narcisismo primario y “objeto transformacional” (madre como objeto que
transforma la realidad interna y externa
del bebé, Christopher Bollas, 1991).
En el
hombre agresor predomina la percepción del otro como objeto abastecedor de sus
necesidades y por tanto inseparable de su identidad. La pérdida de este objeto
sería una herida narcisista insoportable.
Véase
ejemplo; J. un hombre en suspensión de condena por violencia de género: “Me uní
a ella porque para mí fue el apoyo más grande que tuve tras la muerte de mi
madre”, “ella apareció en el momento que más la necesitaba”. J. y su pareja se
conocieron unos años antes de fallecer la madre de J., pero paralelamente a la
muerte nace la relación de ambos. Durante las sesiones J. terminará asociando
por sí mismo el desplazamiento que realizó de su madre a su pareja. Los motivos
subjetivos por los que J. estaba tan unido, pese al fracaso de la relación,
hacia que no soportara la separación con ella. Muchas conductas adultas son
guiadas por la búsqueda incesante de ser “transformados” por el otro y
completar su identidad. Podría considerarse, una búsqueda con tintes maníacos.
Según
Winnicott muchas patologías proceden del fracaso en la “desilusión” y ruptura
de ese vínculo materno.
En los
casos más patológicos, el otro (la mujer) es como un “todopoderoso” al que
puede amar y despreciar, pero nunca prescindir. Estos hombres no pudieron
reducir el poder de la madre sobre ellos. No se separaron, ni sufrieron la
angustia y frustración que supone, no fueron capaces de nombrar y reconocer al
otro. Solo se nombra a aquello que se pierde. La ruptura se hace insoportable y
aparece la dependencia. Una dependencia que el varón no podrá aceptar porque
pone en duda su “virilidad” y echará la culpa a la mujer de todo. Al no
soportar esa angustia de separación se emplea la violencia para “pegarse” y
“controlar” más al objeto. Frases del tipo “no hay que darlas demasiada
libertad”, “sabe que no me gusta que ande por ahí sola”…
En los
malos tratos no se reconoce a la mujer por tanto no es necesario el lenguaje.
Sólo se la domina. El varón la considera dentro de él y no fuera. Dentro de él
porque tiene una relación narcisista, no construye una identidad propia, ni él
se mira como sujeto, necesita del otro para constituirse como tal.
Ante la
imposibilidad de dominar por completo a su objeto, conlleva la frustración
constante de él. Es imposible “abastecerle” como él desea. De ahí algunos
pensamientos y razonamientos irracionales, en los que el varón se irrita sin
motivo aparente. (En algunas terapias, desde el modelo cognitivo-conductual se
utiliza la teoría de Ellis y la detección de “pensamientos calientes”, como
medio para identificar esas distorsiones cognitivas).
Es
importante señalar que por ambas fases pasamos todos y todas. Pero de forma
menos acusada se da la angustia de separación en el varón agresor.
Me
permitiré un inciso acerca de la demora: Las nuevas tecnologías de nuestro
tiempo, reducen totalmente la demora. El wasap, y otras redes sociales suponen
mensajes inmediatos evitando la frustración de la espera. Además, se cuenta con
un “doble click” que informan de si la otra persona recibió y leyó nuestro
mensaje, esto puede aumentan la sensación de control y alimentar distorsiones
de la realidad; “si no me contesta es que pasa de mí”, “está en línea y no me
contesta, está hablando con otro”. Esto nos hace cuestionar si las nuevas
tecnologías suponen un caldo de cultivo para aumentar la violencia de género.
Tras la
niñez, llega la adolescencia y se reactiva las primitivas formas de elección de
objeto que guiarán el enamoramiento, también las formas afectivas y la
triangulación derivado del complejo de Edipo. Al enamorarse se proyecta en el
otro todas las idealizaciones que de los cuidadores infantiles tuvimos, (Ideal
de Yo). A la vez, nuestro narcisismo se verá dañado ya que tomamos conciencia
de que somos dependientes del otro para sentirnos completos. Se mezcla así dos
sentimientos el amor y el odio que habrá de integrarse. El enamoramiento no
dura toda la vida, llegará la desidealización. La relación seguirá si se
integran los defectos y virtudes del otro, o se romperá.
En la
violencia de género esta ambivalencia emocional no se da de la misma manera. El
hombre agresor ha generado un falso self
identificado con las aptitudes machistas y teme la feminización, por tanto, se
aleja de ella trepitosamente. Anulados quedan en él; el diálogo, el cariño, la
empatía o el cuidado. Digamos que estas dos facetas son irreconciliables, se
escinden. El hombre agresor toma una u otra opción pero no puede integrarlas,
“o te odio o te amo”. Con otros hombres yen relaciones laborales tendrá una
apariencia sociable, agradable, pero siempre dependiente de su objeto de deseo
que, ocupará la mujer. Esa dependencia no es reconocida por él pero si la
muestra camuflándola de violencia siguiendo el modelo machista, asegurándose
así su virilidad. Esta escisión y la represión de la dependencia dará lugar a
un rasgo muy significativo en estos señores: la Inseguridad.
Un
hombre agresor no encontrará en su pareja un “ideal de yo” como ocurre en otras
relaciones. No la querrá por lo que ella es, sino porque despierta en él unas
memorias primitivas en las que su madre era objeto que transformaba su
realidad. Si esa memoria se despierta ante una mujer la fijación por ella será
fanática. La mujer pasará a ser la prótesis que él necesita y transformar su
realidad. Para ello él la irá convirtiendo en objeto privándola de su capacidad
de pensar y subjetividad. Aquí aparecerían todas las estrategias de control,
que los agresores generalmente utilizan con sus parejas; aislamiento, control
de la economía, de la vida íntima, el contacto con familiares y amigos…Todo
ello justificado con las ideas machistas del tipo “al marido hay que tenerle
respeto”, “debe obedecerme”, “para que quiere salir si aquí lo tiene todo”, “no
puede quejarse”…
Desde
el psicoanálisis no se habla de “víctimas” y “culpables”, si admitimos esto no
se podrá reflexionar en el origen del problema. Al inocente se la incapacita de
su poder de decidir y ser responsable de sus elecciones y al culpable se le
culpa pero no se le responsabiliza, por tanto, se le niega, se le aparta y no
se reinserta. Ambas partes resultan ser responsables del maltrato, tanto unas
como otros, participan en todo aquello que les perjudica de alguna manera. Al
estilo Freudiano podría preguntarse “¿Qué tiene que ver usted con aquello de lo
que se queja?”. Esta posición subjetiva es imprescindible movilizarla, ya sea
de víctima o culpable. De lo contrario se repite una y otra vez en las formas
de relacionarse y vincularse. ¿Qué
significa para cada uno de ellos ser un hombre?, ¿Qué lugar otorgan a la mujer?
En
terapia con agresores, algunos adoptaron una posición de víctima y razonaban
muchas veces de la siguiente manera: “claro, cómo ella me engañó no podré
fiarme fácilmente de otras mujeres, es normal mi desconfianza”, “ya pasé por lo
mismo una vez y si te digo que sospecho que está con otro es por algo”, “la
amistad no existe todos te dejan tirados”. Muchas de estas posiciones impedían
que se responsabilizaran de sus propias vidas, quedando “a merced” del resto.
Además estas posturas desencadenaban otro tipo de resultados como los celos
patológicos. Ver “señales” basadas en lo que ya vivieron, el recuerdo
traumático y su defensa y anticipación ante ello; la violencia. A veces, lo que
se repite, no es el acto sino la posición adoptada; como se ubica ante la
mirada del otro, ante la realidad. Desde la clínica se hace necesario ayudar a
darse cuenta para poder tener en cuenta.
1.
La
violencia no es sólo el problema sino además el síntoma
Uno de los motivos por el que “casualmente” aumentan las
mujeres muertas por la Violencia de Género puede encontrarse por varios
caminos. La mujer cuenta en nuestros días con mayores recursos, conocimiento y
acceso al “despertar” de su situación. Siendo esto promocionado en los Medios
de Comunicación. El varón agresor, es consciente de estas alternativas de
salida y hace tambalear su postura de control. Señales que vive como
amenazadoras sobre la pérdida de su objeto de deseo. Él aumentará sobre ella
las medidas de control y agresividad, lo cual, desemboca, en muchos casos, en
el asesinato y homicidio de la mujer o sus hijos.
¿Efecto llamada?:
Es de vital importancia hacer uso responsable de los medios
de comunicación. Cada vez parece más claro que vemos “normal” y “esperable” la
muerte de la mujer a manos del hombre con el que convive, quedando éste como
una especie de “Héroe” alzando su
narcisismo. Puede producirse un “efecto llamada” que despierta ideas y posible
imitación de otros hombres con sus mujeres. Desde la educación muchas
iniciativas sobre modos de relacionarse entre los adolescentes, se están
haciendo y parecen resultar muy buena iniciativa. De igual modo podría
realizarse en los medios de comunicación y cortar otras “llamadas” indeseadas.
¿Con qué pueden identificarse otros varones?
En la noticia, no se habla del varón agresor, de lo que pudo
haber hecho previamente, de sus antecedentes, de la gravedad de sus actos no
reprimidos y de su posible patología mental o psicológica. Tampoco se detallan
penas o consecuencias legales, es más, no volvemos a saber del caso que en
algún momento del día vimos, por ello, la imagen que se deja patente es la
“normalidad” de la situación y del perfil del agresor con total impunidad, sin
ninguna sanción social, civil ni penal. Estas noticias no se acompañan de la
información sobre la agresividad y el potencial peligro que este varón puede
tener o no con otras personas. Con noticias así no hay otras variables con la
que el resto de varones se identifique y piensen si quizá ellos también generan
violencia. Si no hay asesinato parece que otros tipos de violencia son
inexistentes ya que están a “años luz” de lo que se ve en las noticias. La
realidad es que muy probablemente otros tipos de violencia hayan sido previos
al desenlace final del asesinato de estas mujeres, pero no suelen transmitirse
en medios de comunicación.
¿Dónde queda la responsabilidad del varón?
Parece que la implicación del varón en la violencia es
ocultada, camuflada y disfrazada de buena voluntad, de desesperación,
neutralidad o de multitud de justificaciones que esconden la verdad;
responsabilidad del delito. Precisamente la responsabilidad es el punto clave
en la terapia con agresores, sin esta aceptación no hay posibilidad ni garantía
de que el agresor no vuelva agredir a otras mujeres. Y no es casual, que en
todo tipo de medios, nunca se habla de la responsabilidad del varón, ni de sus
antecedentes, ni de ningún rasgo que pueda hacer identificar a otros varones y
hacer pensar.
Sin embargo, hay algo común en todos los casos; la
existencia de la mujer. Este dato inevitable hace que en el inconsciente de la
sociedad parezca que el motivo es la mujer. Prueba de ello son ciertos
comentarios que ya no suenan “típicos”; “algo habrán hecho”, “las mujeres como
sigáis así vais acabar mal”, “¿qué hacía con ese hombre?”…
La responsabilidad y la imagen del varón queda velada, y
totalmente salvada, e incluso venerada por algunos hombres. Lanzo la pregunta
¿Qué ocurriría si en las campañas de igualdad se comenzaran a conocer estos
rasgos propios del agresor?. Quizá se
identifiquen muchos varones y se cuestionen. Utilizar los medios de
comunicación para este fin es una vía posible para trabajar con el varón, sin
utilizar la patología, ni las etiquetas, ni los prejuicios, sólo transmitir la
consciencia y responsabilidad que ellos deben tomar de sus actos. Ej: Viñetas
en campañas de igualdad; celos en él.
¿Aumenta la crisis masculina?
Las nuevas medidas de protección a la mujer hacen tambalear
el poder patriarcal y machista que ha investido la figura del varón. No es de
extrañar que la masculinidad entre en crisis y potencie esa agresividad contra
sus parejas. Es por ello, que debemos estar muy preparados/as al asumir medidas
de protección, y que éstas deben ser muy bien pensadas antes de lanzarlas y
aplicarlas sin más, anticipando las reacciones violentas y repercusiones
sociales que conlleva. Proteger integralmente a la mujer.
No quiero decir en ningún momento que no deban cambiarse o
lanzarse nuevas leyes de protección a la mujer o cualquier tipo de iniciativa
pro igualdad, sino que en ellas deben tenerse muy en cuenta a ambos géneros.
Uno para ser protegido y otro para ser prevenido. Una de las consecuencias de
trabajar unilateralmente es precisamente no tener en cuenta las posibles
consecuencias en las reacciones del varón. Es como si en una fábrica de
textiles, se fabrican Jerséis de lana pero descuido a los animales que me
proporcionan dicha materia prima. Si no cuido y me preocupo por el trato de
ambas partes una de ellas puede quedar perjudicadas y la fábrica quebrada.
En ningún momento es intención aquí tratar de malos y
buenos, tan sólo tener en cuenta la parte masculina en el problema de la
Violencia de Género, fundamental en el camino a la igualdad y la protección
integral de la mujer. De lo contrario, es posible que el hombre siga aumentando
en su crisis masculina utilizando las viejas estrategias y retornando con más
virulencia al marco que lo socializó desde el origen. Pudiéndose volver más
machista y aniquilador por la angustia que le produce no poder simbolizar un
nuevo modelo masculino. Un nuevo rol libre de ideas patriarcales que le haga
acercarse sin temores a la parte femenina.
¿Retorno al pasado como protección masculina?
Desde el psicoanálisis hemos hablado como pieza fundamental
del síntoma “la repetición”. El “retorno” incesante a lo vivido. El hombre
repite y retorna a las viejas y primitivas tradiciones patriarcales cada vez
con más fuerza y virulencia hasta convertirse en una auténtica caza de brujas.
Véase el ejemplo de los terroríficos sucesos de Colonia (Alemania) el 31 de
Diciembre de 2015, donde un grupo de varones concretaron en espacio y tiempo
una reunión organizada, como lobos en manada, dispuestos a cazar y gozar del
sufrimiento de las mujeres a las que atacaron y acorralaron. Multitud de
agresiones sexuales, robos, abusos y por ende la ansiedad y tensión latente
tras el sucesos. Tal fue la magnitud de este hecho que ni la propia policía
pudo hacerse con la situación, ni tan siquiera imaginarla. Esto podría
interpretarse como una llamada reactiva ante el aparente “empoderamiento”
femenino.
¿Cuestión de empoderamiento o igualdad de la diferencia?
Del “empoderamiento femenino” últimamente se habla mucho,
pero quizá no sabemos tanto. Si nos preguntamos que es empoderamiento femenino,
probablemente cada uno tengamos una idea diferente, no hay una definición
común. Desde el punto de vista de la intervención psicológica, da la sensación
de que se revictimiza a la mujer, y esto la aleja de tomar las riendas de su
vida y sus decisiones. La situación y circunstancia de cada mujer es diferente,
y se debe tener en cuenta para evitar aumentar el riesgo. Ej: no es igual el
proceso personal que hace una mujer musulmana para salir de una situación de
violencia de género, del que hace una mujer española, escandinava o latina. No
es igual el proceso que hace una mujer en una posición socio-laboral alta de
una mujer con menos recursos. No son iguales los pasos que da una mujer que
cuenta con recursos personales y familiares, que los que da una mujer sin
dichos apoyos.
Parece como si no se quisiera ver que efectivamente somos
diferentes, pero una diferencia que debe ser igual en trato, derechos y
dignidad. Negar la situación actual de la mujer y seguir prefiriendo empezar la
casa por el tejado. Se dejan de lado herramientas y estrategias proporcionadas
por el estudio, la escucha y la observación real, clínica y social. Se borra la
postura masculina considerando la violencia de género un problema de mujeres.
Se sigue insistiendo en estrategias que parecen no funcionar muy bien, y siguen
aumentando el número de muertas.
Si no se involucra activamente al hombre en todo esto, llegaremos
a muchas partes pero no a la igualdad de la diferencia. No hay mejor
herramienta que cambiar un sistema con sus propias estrategias. En definitiva,
la violencia es el problema pero también el síntoma de que algo está fallando.
- Dicks, H.V. (1967), Tensiones
matrimoniales, Buenos Aires, Hormé, 1973.
-Freud, Sigmund: Introducción al narcisismo en: Obras
Completas, Vol. XIV, Amorrotu, B. Aires, 9ª Edición, 1996.
-López Mondejar, L. (2001), Una patología del vínculo amoroso:
el maltrato a la mujer. Revista
Asociación Española de Neuropsiquiatría, Vol XXI, (Nº 77), pp. 7-26.
- Teruel, G. (1970), “Nuevas tendencias
en el diagnóstico y tratamiento del conflicto matrimonial”, en I. Berenstein et
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pp. 183-215, Buenos Aires, Galerna.
-Winnicott, D. W. (1987a) Los bebés y sus madres (ed. C.
Winnicott, R. Shepherd y M. Davis), Barcelona: Paidos, 1998.
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