domingo, 23 de abril de 2017

Malestar sin fín

Vivimos en un mundo que nos impone innegablemente a ser felices, aprovechar el tiempo, negar emociones inherentes al ser humano como la desidia, el odio, el enfado o la ira. Mantiene enlatadas y bajo llave cuestiones emocionalmente humanas, al precio de sentirse raro, desviado, loco… Cuando alguien tiene el valor de mostrar las lágrimas ocurre que nos bombardean con mensajes contradictorios entre el consuelo y la negación, con el objetivo de tapar y taponar los sentimientos, sin dejarlos fluir y salir sanamente. Todas esas emociones manifestadas en lágrimas se guardan pero no se olvida,  con el paso del tiempo y la repetición se enquistan en algún lugar de nuestro inconsciente, dando lugar a otro tipo de síntomas que distan enormemente con lo que un día nos pasó. Así, todo síntoma parece no guardar relación con ningún malestar emocional, perdemos el contacto de nuestras emociones arrojándolas al cuerpo automáticamente, y es entonces donde echamos manos de la medicina y los fármacos. Problemas de insomnio, dolores de cabeza, de espalda, caída del pelo, vernos más o menos feos, engordar o adelgazar…y un sinfín de somatizaciones que nos llevan a un mal estar crónico dependientes y penitentes de nuestro pasado ocupando y dificultando el presente. Así, nuestras metas, deseos, ilusiones, van quedando poco a poco mermados, quebrados, como si los hubiéramos guardado en un baúl creyendo que son cosas del pasado resignándonos a olvidarlas. El pasado siempre vuelve, y el cuerpo grita lo que la mente calla. 

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